Soy andaluza, mujer ejecutiva, de cierto nivel social y cultural. Me gusta mi trabajo, pero no me absorbe. Hay otras cosas en la vida y me gusta disfrutarlas. Contaré también que tengo 30 y tantos años, con buen tipo, modestia aparte, gracias a no pasarme con la bebida ni con la comida, y a tomar clases de bailes diversos, en especial flamenco. Añadiendo que estoy felizmente casada, pero sin hijos, porque la maternidad nunca me interesó, creo que digo ya lo suficiente acerca de mí. El caso es que desde hace un año viajo sola a Madrid por asuntos del trabajo dos veces al mes. A veces sola una. Siempre lo hago de noche en tren. ¿Y por qué esa preferencia? Pues porque desde hace un par de años tengo la fantasía, «tener sexo en el tren». de que un desconocido me folla por el culito en el pasillo del vagón. A lo bestia. No sé muy bien de dónde sale esta fantasía, pero no me la puedo quitar de la cabeza.

Que se Haga Realidad
Para propiciar que se haga realidad, hacia las dos de la noche, cuando supongo que todos duermen, salgo al pasillo y me pongo a mirar por la ventanilla.
Y así estoy un buen rato. Con el culito en pompas, por supuesto, o meneando despacito. Eso seguro que atrae a cualquier macho, al desconocido que espero. Como un semental que huele a una yegua cercana.
Dejo las bragas y el sujetador en el compartimento, y voy elegante, maquillada y peinada, con perfume seductor, muy femenino. Falda corta y medias de rejilla autoadhesivas, con costuras laterales.
Deseo que mientras aspiro la brisita nocturna suenen pasos de hombre, a derecha o izquierda. Pasos firmes y decididos, cada vez más cerca. Pasos de hombre que sabe lo que quiere y puede conseguirlo apenas se lo proponga.
Y ese hombre, al verme así, capta lo que estoy deseando. Con los ojos, con el olfato, con los sentidos. Y se coloca detrás de mí y empieza a sobarme las tetas y el morrito, el culo… recreándose en las redecillas de mis medias.
Lo deseo ardientemente, con gran intensidad.
A ese hombre me lo imagino entre los 50 y 55 años, elegante y con nivel, ni alto ni bajo, robusto y un poco canoso. Pero, sobre todo, muy masculino y muy dotado.
No dice nada mientras me soba todo. Yo tampoco, meneo y gimo, sin más. Animándole a seguir.
Clavada por el Culito
Pronto me clava el rabo en el culito de un golpe seco, sin delicadezas. Lo ha hundido enseguida, con toda facilidad y suma violencia. Debe estar acostumbrado, seguro que ha sodomizado a muchas. ¿Desconocidas también, como yo?
Pienso en eso mientras el desconocido me trabaja el culito con su rabo enorme y exigente, con sus manos en mis caderas. Y yo me sostengo sobre mis tacones altos.
Cuánto me cuesta pero cuánto me gusta aguantar los gritos de dolor… en cambio, él ni gime ni habla. Sólo embiste, una y otra vez. La hunde casi hasta el fondo, luego la saca casi del todo… Y otra vez a hundirla. Pierdo la noción del tiempo, de tantas embestidas.
Justo como yo quería, sexo en el tren
Capto una erección durísima, consistente. Me trabaja el culito de maravilla, justo como yo quería cuando yo quería.
El macho desconocido se corre aparatosamente dentro de mi culito, por fin. Le sale mucho semen, lo noto.
Luego la saca de golpe, supongo que se la guarda y sigue su camino hasta su vagón. Como si nada. Sin que yo llegue a verle ni oírle. Ni se enteren en mi vagón.
Yo me vuelvo a mi compartimento y me tumbo, de lado. En éxtasis, todavía.
Como me dejó al borde del orgasmo, me masturbo recordando lo que ha pasado, sin lavarme. Y me corro ahora yo, con varios dedos dentro, pensando quien será ese gran macho…
La próxima vez que viaje en tren sucederá, estoy segura.
Y ya solo quedan unos días para el viaje…