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Perder la Virginidad

Era una tarde luminosa de primavera en el D. F; y el aroma del atardecer impregnaba el aire. Ana, una joven de veinte años con un espíritu libre y una sonrisa que derretía corazones, decidió dar un paseo por el parque. Su corazón latía con fuerza; era un día especial, lo sentía, lo había pensado durante meses, su cuerpo lo pedía desde hace mucho tiempo, sin embargo no sabía que esa tarde iba a perder la virginidad.

El sol brillaba intensamente mientras caminaba hacia la cita que había planeado con David, un chico que había cautivado su atención desde el primer momento en que se cruzaron en la universidad. Tenía ojos oscuros y profundos como la noche y una forma de hablar que sabía hacerla reír incluso en los momentos más tensos.

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El encuentro

La ansiedad burbujeaba en su estómago mientras llegaba al punto de encuentro, un pequeño café escondido entre árboles frondosos. Allí estaba él, esperando con una bebida en la mano y una expresión traviesa en su rostro.

“Hola”, dijo David al verla, sus ojos iluminándose con cada paso que daba hacia él. La conexión entre ellos fue instantánea; risas ligeras llenaron el aire mientras intercambiaban historias sobre sus sueños y temores más profundos.

A medida que avanzaba la tarde y las horas se deslizaban suavemente, ambos sabían hacia dónde se dirigían. La química era innegable. David finalmente tomó su mano y le sonrió: “Quiero mostrarte algo”. La llevó a un mirador sobre una colina que ofrecía vistas impresionantes de la ciudad bañada por el atardecer.

El paisaje era hermoso; sin embargo, lo único que Ana podía ver eran los ojos de David mientras él se acercaba lentamente. Su corazón rugió como un tambor fuerte cuando sus labios se encontraron por primera vez; fue un roce tierno pero cargado de electricidad.

El momento fue perfecto; se desprendieron del mundo exterior y todo lo demás desapareció. Se dejaron llevar por la pasión del momento mientras se abrazaban, explorando sus cuerpos como si fueran mapas sin descubrir. David vivía a unas cuadras del lugar, 

¿Quieres ir a mi casa?- le dijo David

No quiero otra cosa en este momento- respondió Ana. 

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Con ganas de perder la Virginidad

Una vez en la casa, Ana dio rienda suelta a sus deseos, no estaría dispuesta a salir de ahí sin sentir esa verga erecta y llena de venas que David tenía. Sin mediar palabra alguna, bajo la cremallera del pantalón de David, saco la verga y comenzó a chuparla, era tan grande que no cabía en su boca. David acariciaba su cabello mientras ella intentaba tragarla toda. David tomó su cabeza y la acercó más hacia el para que la verga llegara mucho más adentro. Al sentir el jalón y la verga en la garganta, Ana se sintió más excitada y sus fluidos vaginales chorrearon por su clitoris mojando sus labios y sus bragas. 

Ana, nunca había visto una verga, mucho menos la había chupado y ahora lo único que quería, era  perder la virginidad y sentirla dentro de esa cosita humedecida que tenía entre sus piernas. 

Se levantó dispuesta a sentir por primera vez la sensación de un hombre dentro de ella.

Ana llevaba falda larga color crema, la levantó por la parte de adelante precisamente para dejar al descubierto su concha aún virgen. Que en ese momento estaba solo cubierta por sus bragas ya húmedas de tanta excitación. 

David la observaba impávido. Ana comenzó a bajarse las bragas mientras el miraba.

Ana no quería otra cosa que tragarse toda esa verga con su concha. 

David la tomó por la cintura y la levantó con fuerza para penetrarle. No fue difícil pues Ana estaba muy mojada y la verga entró casi al instante. Ana gimió, tanto de dolor como de placer. Si bien al principio sintió un poco de ardor, su calentura era mayor y pronto no sintió más que placer.

David pronto se sintió cansado y de un salto la volvió al piso y la puso de espaldas a el.

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La falda, a esas alturas, salía sobrando. Así que David la sacó de un tirón, dejando sus hermosas nalgas desnudas. 

Ana, se quedó inmóvil, en un acto de sumisión, o quizá de inexperiencia, sin embargo pedía en su mente que la volviese a penetrar. 

David, con su mano derecha la tomó por la cadera, mientras con su mano izquierda le tomó el cuello por la parte posterior inclinándola hacía adelante. Con su cadera empujando hacia adelante, su verga se deslizó entre sus nalgas.

Casi al instante, Ana, en un acto casi de reflejo. deslizó su mano por entre sus piernas, tomó la verga de David y la introdujo en su concha ya ansiosa de gozar. 

David la penetró con fuerza, haciendo un gran ruido al chocar sus caderas. 

Ana no quería gemir tanto. Por el pudor de demostrar que realmente disfrutaba el coito. Mientras pensaba en eso, sintió que David la penetraba más intensamente y sus gemidos eran más intensos. Ya no había vuelta, David estaba a punto de acabar. 

El la tomó del cabello y la folló fuerte por un instante hasta que, Ana sintió que el movimiento ya no era tan intenso, para luego detenerse.

Con una mezcla de sensaciones por no haber llegado al climax, Ana se da vuelta y abraza a David. A pesar que no acabó, aún así, había disfrutado del momento. No pensaba perder la virginidad justo esa tarde, aunque lo deseaba. Quería que fuese David, y sabía que recordaría ese momento para toda la vida. 

Al caer la noche, después del fuego ardiente de sus cuerpos entrelazados, Ana sintió una mezcla de vulnerabilidad y empoderamiento jamás experimentada antes. Había perdido mucho más que la virginidad; había encontrado parte de sí misma en esa entrega total al amor juvenil.

Cuando regresó a casa bajo el manto estrellado del cielo nocturno, llevaba consigo no solo recuerdos sensuales sino también una nueva comprensión sobre sí misma: a veces hay que perderse para poder encontrarse verdaderamente.

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